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para pensar Ideologías*

Solía pensar, después de aquella vez que hablé contra aquello que más me molestó, que escuchaba lo que decía, que las palabras podían pasar por mi como un viento que atraviesa, lo tomas, lo haces tuyo en el interior, para luego salir de colores, lleno de algo para otros; en esa cotidianeidad del decir lo que es de uno como si fuera cierto, como si cuando digo te amo fuera real, como si no fuera distinto a decir me molesta aquello; como si los zapatos no se ensuciaran, o no los ensuciáramos al propósito para luego ir a subirse al pequeño trono, te sientes por un momento gigante que ve a los pequeños con sus zapatos sucios, pero los tuyos ya están quedando relucientes. Quería hablar con grandes palabras, esas que se dicen frente a mucha gente, esas palabras que llevan verdades, flores de eucalipto que abren el pecho y dan esperanza; como las del padre en la iglesia, tal vez no todo lo que decía estaba bien pero escondía algo, había un secreto bajo el cual valía la pena escuchar y luego hablar. Pero no es así, nunca ha sido así, el secreto no está en las palabras, siempre está en el otro, como ahora no soy nada si tú no lees.


Podremos pensar que esto no habla de ideologías pero eso mismo es el funcionamiento de las ideologías, hacer como si nuestras palabras no tienen origen más que en un yo, como si ese origen lo tuviéramos en nuestras manos; al igual que la justicia o la libertad para decir o hacer lo que queramos con el derecho a ser respetados; eso es un ideología funcionando, sosteniendo este pequeño planeta como si fuera nuestro. Deberíamos revertir un poco esto, no tengo derecho a ser respetado ni escuchado ni de que me lean y que opinen bien sobre lo que escribo, no tengo derecho a decir lo que quiero porque tal vez confundo mis necesidades con mis deseos, o el objeto con mi deseo, tal vez no quiero eso que deseo, sino el deseo de querer algo: un rico soldado de chocolate por ejemplo, o casarme con mi pareja, o un perro, conocer el mundo y su diversidad cultural; esas cosas que me llenan de no-sé-qué, eso que me hace sentir denso como el cemento; quiero una colección de buenos momentos o buenos deseos o de personas que conocí y que todos lo puedan ver; ser un artista y que me reconozcan en esa dulce particularidad mía; marchar en contra del gobierno, levantar un cartel que me represente como rebelde, luego revolucionario y luego un reaccionario. Tengo que moverme porque el mundo se acaba, aprovechar el instante para ser esa cosa grande que escondo.


Pero eso no es nada, ese es el funcionamiento de las ideologías. Quizá mejor humildemente hay que detenerse, ¿qué me hace decir que algo está bien o está mal?, hacer un gesto y repetirlo ¿por qué este gesto?, ¿cómo es que este gesto?, ¿por qué un grabado?, ¿para qué estos grabados? A veces creo que lo mejor es callar, por respeto a la diferencia del otro y entregar ese silencio como si no se dijera nada, detener lo que me hace destruir al otro, detener esa palabrita que quiere decir como si fuera mía, pero tampoco tolerar simplemente (no hay tolerancia cuando se respeta realmente); escuchar con la mirada y habla con el silencio.



Gracias.

Víctor Fernández

Octubre 2015


*Texto escrito como hoja de sala para la exposición gráfica titulada Ideologías, del taller de grabado del Centro Cultural Lorca.

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