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ADONDE ACABA EL MUNDO

A Cernuda lo conocí primero como el viento. Adentrarse en su poesía implica, necesariamente, el alejamiento de uno mismo: inasible, en sus versos se descubre el mundo. Su obra, compilada bajo el título de La Realidad y el Deseo, da clara muestra de esta distancia. Como aire, Cernuda se desenvuelve: es a veces vaivén de los campos; a veces, también, tempestad. Es él la siempre presencia del movimiento que da forma a las páginas.

Su primer poemario, titulado «Primeras Poesías», es la sola presencia del Sevillano. Ausente está él y desde la ausencia escribe, contempla, canta. Como recién llegado al mundo, sus versos pueblan la naturaleza: «Sobre la tierra estoy; / Déjame estar. Sonrío / A todo el orbe; extraño / No le soy porque vivo». Ahí están el mar, las casas, el pueblo, el hombre; todo. Y todo principio lo nombra con la misma fuerza e intensidad que lo primero.

Pero no es sino hasta «Los placeres prohibidos» en donde la voz madura de Cernuda, con largo aliento, puebla al mundo con imágenes como sólo su sensibilidad puede hacerlo: «Las flores son arena y los niños son hojas». El amor le llega por las venas, se arraiga; similar al farero en la distancia guía a los hombres por entre la noche «Yo, que no soy piedra, sino camino / Que cruzan al pasar los pies desnudos, / Muero de amor por todos ellos». Cernuda es viento y es marea: agita las palabras, las puebla.

«Las nubes» sería el poemario con más carácter social pues, fue escrito durante la Guerra Civil Española y en él se remarca la dicotomía entre lo real y lo deseado. Cernuda, que cantaba al amor como pródigo hijo de Bécquer y a la tristeza, vuelve sobre sus pasos para encontrar a su pueblo devastado y para él, cantar la esperanza:

Así te canto ahora, porque eres

Alegre, con trágica alegría

Titánica de piedras que enlaza la armonía

[…]

Y si el tiempo nos lleva, ahogando tanto afán insatisfecho,

Es sólo como un sueño;

Que ha de vivir tu voluntad de piedra,

Ha de vivir, y nosotros contigo.

Quien se acerque a estas páginas se descubre distante, en otra voz que no es la suya; se redescubre porque este mundo de páginas y versos le ha devuelto la mirada: «Tú justificas mi existencia: / Si no te conozco, no he vivido; / Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido».

Amor, soledad y añoranza; a Cernuda yo lo conocí primero como al viento.


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