EL SUEÑO, UNA SEGUNDA VIDA
La tumba de Gérard de Nerval se halla en el cementerio de Père-Lachaise, casi frente a la de Balzac. Al contrario de todas las demás, la de Nerval posé un estilo único, la lápida está cubierta por plantas y sobresale de entre todas ellas una columna color blanco que el tiempo ha deteriorado. Hay que adentrarse un poco, fijarse en esa columna solitaria, para que entonces se revele una simple inscripción «A Gerard de Nerval». Perteneciente al Romanticismo, el poeta, narrador, traductor y ensayista francés nos lleva en esta pequeña novela titulada Aurélia, y cuyo subtitulo es El sueño y la vida, a través de un viaje similar al de Dante. Es el «descenso a los infiernos», lo que Nerval escribe aquí, pero no es un infierno tal cual, sino el infierno propio; el sueño que da paso al hombre para sumergirse en su inconsciente y, en ese estado onírico, poder ver su dividido ser. Pues ¿quién es realmente el hombre, el que está despierto o el que está dormido? El primero tiene control sobre sí y puede expresarse, limitarse, obedecer a la razón. El segundo, inmóvil, en los brazos de un Orfeo paternal, deja a la imaginación representar los deseos que el primer hombre suprime, encarcela. Valdría aquí preguntarse, quizá como Nerval se lo preguntaba, ¿es el sueño una segunda vida? Propio también de ese inconsciente, es el lenguaje. Si la similitud del «descenso a los infiernos» se marcaba, en el tema, con Dante, aquí se separa. Imágenes yuxtapuestas, sinestésicas, que dan ejemplo de ese «soñar» donde la lógica queda en un segundo plano. No es de extrañarse que André Bretón se refiriera a Nerval en su Primer Manifiesto Surrealista al decir que: «Efectivamente, parece que Nerval conoció de maravilla el espíritu de nuestra doctrina». Aurélia: el sueño y la vida, se presenta en esta edición de CONACULTA con unos breves poemas traducidos por Tomás Segovia, bajo el título de Las quimeras. Complemento el uno del otro, los versos y la prosa de Nerval, no es algo que llegue a las manos de los lectores, es algo que se busca, similar a la columna de ese cementerio verde que es Père-Lachaise. Hay que apartar ramas, caminar un poco por las calles y adentrarse hasta encontrarse con él.