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BACH: UNA ISLA DESIERTA

Supongo que si me fuese reque-rido pasar el resto de mi vida en una isla desierta, escuchando o interpretando la música de algún compositor durante todo ese tiempo, ese compositor, sin duda alguna, sería Bach. –Glenn Gould

Hay en el Lorca un espacio reservado para la música, un pequeño estante que alberga en sus repi-sas toda esta gran tradición: desde Bach hasta el presente. Y acaso yo diga primero Bach porque es fácil decir que con él nace, de cierto modo, la música en Occidente. Aunque valga aquí poner una nota al pie de página y decir que no, que no «nace», sino que se «re-inventa». Reinventar, porque en el tiempo de Bach ya predominaban los Preludios y fugas y el arte del contrapunto era el pan de cada día. La proeza, por lo tanto, consiste en hacer de los lugares comunes algo más. Y este algo más del que hablo es dotar la música de un interior casi místico, casi acorde, como se diría a una época ajena y futura. Hay una cita de Cioran que me parece puede ayudar a entender más este aspecto: «Bach –decía– es la única cosa que te da la impresión de que el universo no es un fracaso». Y en-tonces podemos empezar a hablar aquí de una relación estrecha, estrechísima, entre Bach y aquello que hemos denominado universo. Quizá sea esa sucesión de notas que nos lleva a un abandono del tiempo y da paso a una reflexión. Las cosas se nos descubren como ellas mismas y sin saberlo –porque no podemos saberlo–, las intuimos; somos con ellas. Hay que recordar que en ese tiempo la mayor parte de la música era creada con un fin religioso y la iglesia no escatimaba en la calidad. Pero más allá de la relación directa que podamos establecer con «Dios», habríamos de plantearnos también la de ese «llegar a…». Quizá, y como lo expresaba el célebre pianista Glenn Gould, sea un tema más profundo en el que la imagen de este ser omnipresente se encuentre a la par de su crea-ción. Es también por esos tiempos que la ciencia progresa y el hombre deja atrás un poco de su ignorancia, transformando también el arte: la música y la poesía retoman el papel de lo humano como una forma de reconciliación. Si Cioran hablaba de entender el universo a partir de Bach, Gould muestra cómo se llega a ese universo. Ya sea que lo llamemos espíritu o esencia, aquello que reside dentro de nosotros es lo que, al final, trasciende y vuelve al lugar de donde era: el todo. En-tonces podríamos decir, jugando un poco con esto, que somos música y volvemos a donde ésta nace. De manera que con Bach encontremos este andar que bien podría ser así el inicio de una fuga, digamos, la primera de su clave bien temperado (BWV 846) en donde encontramos un tema principal formado con melodía tan dulce que obliga a pensar en algo concreto como un recuerdo, como un fragmento de ese recuerdo a partir del cual nos construimos una imagen más amplia. Así, conforme la melodía avanza, esa pequeña voz que encontrábamos al principio se repite pero un poco más lejana y se va superponiendo a la primera que escuchamos. Y si entonces uno sigue es-cuchando esa pieza encontrará que son cuatro voces y las hay de graves a agudas y de diferentes texturas y matices. Entonces, cuando la pieza está a punto de acabar, escuchamos cómo a partir de una voz se fue construyendo todo esto que no sabemos exactamente qué es, porque no podemos saberlo, e intuimos que de ese recuerdo surgió otro y otro y así, sucesivamente, hasta que recorda-mos el más ligero detalle como que el pasto era de un verde más claro o que habitaba en nosotros una parsimonia de hoja. Y ahora, por el contrario, si tomásemos una pieza un poco más lejana del libro como el Preludio en si bemol (BWV 867) encontraríamos que todo ha cambiado. Los primeros acordes sientan el ambiente: no hay tristeza pero sí un poco de nostalgia. Christopher Hogwood en una de sus pláticas sobre Schubert solía decir que sucede algo muy interesante con respecto a este tipo de música: nadie se pregunta por el significado de la música feliz; la música triste, por otro lado, siem-pre levanta esa especie de incertidumbre y es quizá porque toca un punto más personal de nosotros. Al final, decía Hogwood, no hay una respuesta concreta o al menos no una que se pueda expresar con este lenguaje: «Uno no te puede decir con palabras lo que la música significa, es por eso que es música; empieza donde las palabras acaban». Pero esto, claro, no nos libra de lanzar de vez en cuando una pequeña especulación sobre su significado. Ahora, la fuga de este preludio es un tanto más interesante que la anterior. Si en la otra encontrábamos cuatro voces que se iban yuxtaponien-do, en esta son cinco voces y cinco voces no es nada fácil de interpretar. Esto me lleva a recordar otro texto, esta vez de Chopin, en donde él decía que cualquiera que buscase incursionar en el piano, debería de hacerlo con Bach. Y es que, claro, poner atención a cada una de las voces que están escritas y más aún, interpretarlas teniendo en mente el ritmo, el tono y el color que se les da, es simplemente lo más fundamental si buscamos comprender esto. Y ahora que nos movemos un poco en el ámbito de la literatura ya sea por mera coinciden-cia o por casualidad, habrá que referir un excelente libro titulado: Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle. Diré nada más una anécdota que figura en este volumen y dejaré la invitación abierta para todo aquel que quisiera leerlo. La anécdota, pues, sucede en los últimos días de Bach, cuando éste se hallaba en presencia del rey Federico II de Prusia. Un momento en el cual después de las formalidades obligadas, Bach le pide al rey un tema para que improvise. El rey, después de dárselo, se queda asombrado ante la destreza e ingenio del «viejo maestro» y le solicita ahora una fuga algo más complicada, una fuga de seis voces. Lo que tenemos como resultado, después de un tiempo, es lo que se conoce ahora como La ofrenda musical (BWV 1079 ). Y bueno, a manera de comple-mento podría yo aquí citar lo siguiente: «La tarea de improvisar una fuga a seis voces podría com-pararse, por decir algo, a la de jugar con los ojos vendados sesenta partidas simultáneas de ajedrez y ganarlas todas. Improvisar una fuga de ocho voces está francamente por encima de las capacida-des humanas», lo cual nos deja ya con un panorama bastante claro del ingenio de Bach. El libro continúa ahondando en la relación entre la música de Bach, los grabados de Escher y las matemáti-cas de Gödel que invitan a perderse en las exquisitas paradojas; una lectura ampliamente recomen-dada. Si algún día regresan o llegan a pasar por el Centro Cultural Lorca, deténganse un poco y revisen aquella colección de discos que se guarda enfrente del mostrador. Basta apretar un botón para que el disco empiece a girar y entonces, con la más cálida compañía de un café o de un silen-cio del otro lado de la pared, puedan disfrutar de una música que alguien alguna vez definió como: el universo, la humanidad, y puedan entonces, reflexionar sobre dónde empieza la primera y dón-de, la segunda.


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